A ti que ya no estás en mi vida: te deseo todo el bien del mundo, te admiro por tomar tu propio rumbo como individuo, te agradezco el tiempo que compartimos y te deseo que cumplas aquellas cosas que en algún momento me dijiste que querías lograr.
A través de los años he perdido un sinnúmero de amistades y relaciones personales que todas han dejado sus marcas y sus recuerdos inolvidables por mi mente y mi ser. He pasado por momentos de crisis en los cuales decidí ignorar mis emociones y todos mis sentimientos con tal de facilitarme el proceso de sanación y en fin, dejar atrás todo el dolor, la ira, y el terrible llanto que me acompañaba una vez llegara del viaje, de la fiesta, o de un día extenuado de trabajo que me ocupaba todo el tiempo hasta no poder pensar en lo que me estuviese acaparando la mente.
Mis periodos de sanación y de recapacitar me consumían. Me hacían odiar la vida, me hacían llorar, y mirarme en el espejo con el pensamiento de que quizás soy yo el problema. Cuando me percaté de que la perdida de una persona en tu vida, ya sea una amistad que en algún momento fue bien cercana, o una relación amorosa, no tiene nada que ver con que el mundo te odie y quiere que pases por todas las facetas habidas y por haber del dolor y la discordia – sino que es un símbolo de que creciste, maduraste, cambiaste, y evolucionaste a un paso un poco distinto que el de la otra persona.
Somos todos seres pensantes, y en su mayoría, los seres que tienen la capacidad hermosa de sentir. Los momentos de molestia y de angustia son solo parte de nuestra química y no necesariamente significa que tenemos odio en nuestro cuerpo, como yo pensé por mucho tiempo. Y es que, durante estos procesos de crecimiento, pasamos por una cantidad absurda de sentimientos que tenemos que sentir con el propósito final de sentirnos bien: con nosotros mismos, solos o acompañados.
En ocasiones nuestro empeño por forzar lo imposible, no nos permite ver cuánto hemos tenido que dejar quienes somos, en lugar de ser quienes siempre debimos ser. Cómo, cuándo y de qué manera muere una relación, se vuelve inmaterial. A veces, aunque sabemos que se siente muy triste perder a alguien con quien solías compartir muchas cosas, sabemos que al final todo va a estar mejor. Esto no significa que tú seas una persona terrible, ni que la otra persona sea un ogro. ¡Somos siempre cambiantes, y que bonito es crecer y cambiar! La compatibilidad igual tiene su rumbo, tus metas se convierten otras, tus valores se van moldeando mientras vas aprendiendo y abriéndote a otras experiencias, tus sueños se convierten sueños que ya no son compartidos, y en fin tus intereses se diluyen entre el mar de la persona que eres y la que en un momento fuiste con esta persona. No te ofusques. Crece. Fluye. Que la vida es una sola, y la gente va y viene, igual que tú – pequeña ola del Atlántico.